Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora.


lunes, 13 de junio de 2011

Lazarillo de tormes

Pues, sepa vuestra merced ante todas cosas, que a mi llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé
González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro
del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios
perdone, tenia a cargo de proveer una molienda de una aceña, que esta ribera de aquel río, en la
cual fue molinero mas de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mi,
tomóla el parto y parióme allí; de manera, que con verdad me puedo decir nacido en el río. Pues
siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de
los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó, y no negó, y padeció persecución por
justicia. Espero en Dios, que está en la gloria; pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este
tiempo se hizo cierta armada contra moros entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba
desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue; y con su
señor, como leal criado, feneció su vida.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos, por ser
uno de ellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos
estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del comendador de la Magdalena, de
manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias
curaban, vinieron en conocimiento. Este algunas veces se venia a nuestra casa, y se iba a la mañana;
otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo, al
principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viéndole el color y mal gesto que tenía;
mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan,
pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos. De manera que, continuando la
posada y conversación, mi madre vino a darme dél un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y
ayudaba a acallar. Y acuerdóme que, estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo,
como el niño veía a mi madre y a mi blancos, y a él no, huía dél con miedo para mi madre, y
señalando con el dedo decía: “¡mamá, coco!”



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Es una de las obras mas importante de la literatura española 



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